Literatura de la buena: 10 cuentos para conocer escritores clásicos imperdibles
- María Delfina Carmona
- 11 may 2020
- 9 Min. de lectura
Para Revista Vagarí
Se instaló el clima otoñal y seguimos acuarentenados. ¿Buen timing para leer algún que otro clásico? Va por ahí. Así que te tiramos un par de centros para animarte a tantear diez escritores clásicos de la literatura. La propuesta es un cuento de cada uno, como para mostrarte un poco de qué va la cosa. ¡Leé y enterate nuestros elegidos!

Sí, la cuarentena sigue pisando fuerte, pero a esta altura nos amigamos con la idea de estar en casa y aprovechar para ir tachando ítems de la lista. Y si uno de tus pendientes es leer algún que otro clásico, acá te dejamos la posta.
Tranqui, no te vamos a correr con un ladrillo enorme a lo Crimen y Castigo o Cien años de soledad – aunque los mega recomendamos -. La idea es la siguiente: 10 autores clásicos grosos, un cuento de cada uno para que entres en su universo, en sus claves de lectura. No sé vos, pero nosotras compramos.
No te vamos a mentir, hacer la selección fue difícil. Hay mucho talento en la biblioteca universal – Hemingway, Onetti, Woolf, Chejov, Maupassant, Benedetti, Ocampo: la lista es eterna -.
Costó, pero decidimos jugárnosla por diez cuentos que nos gustan mucho, ¡y esperamos que a vos también!
1. Julio Cortázar, Continuidad de los parques
Ok, Cortázar es siempre nuestro preferido y este cuento fantástico es una linda forma de empezar a hablar en su idioma. Continuidad de los parques es un relato autorreferencial, es la literatura hablando de la misma literatura y cómo te transforma.
Es Cortázar jugando con las anomalías que va escondiendo entre renglones para que, como lectores, tropecemos y volvamos a empezar, para que nos despertemos y estemos activos.
En el discurso de Cortázar suele plantearse otra realidad donde caben las coincidencias, los dobles, el azar, el sueño, el juego. Camufla lo fantástico en plena realidad cotidiana y uno, como lector, lo acepta. Pero en ese pacto, es necesario que seamos lectores comprometidos, que reconstruyamos el texto y lo completemos. Cortázar juega con las palabras y necesita que juguemos con él.
Su prosa es intensidad y tensión. Es autárquica y esférica: cada obra puede existir por sí misma como entidad independiente. Sus cuentos están pensados para ser como un boxeador que te noquea en el primer round.
Si te gustó este cuento y te dieron ganas de leer más, acá te dejamos algunos títulos que te van a volar el bocho: La autopista del sur, Lejana, Axolotl y La noche boca arriba. Y, bueno, si estás para el vale cuatro y te animás a una novela, Rayuela te está esperando.
2. J.D Salinger, Un día perfecto para el pez banana
Un día perfecto para el pez banana es una joya en cuanto a construcción de diálogos y descripción de personajes. Ni hablar de la tensión y el gusto amargo y perverso que instala Salinger desde el principio. Lo que más nos gusta de su literatura es la precisión en la información: no dice nada de más ni de menos.
Con lo justo y necesario para sembrar intrigas y dar algunas certezas, te vas adentrando en el universo que describe y ves, como a través de un agujero muy chiquito en la puerta, la cruda realidad humana.
Este cuento fue publicado en 1949 en plena posguerra y es un espejo trágico e incómodo de lo que fue seguir adelante (o no) con los vínculos cotidianos. Salinger luchó en la Segunda Guerra Mundial y, aunque no hable de eso directamente en sus obras, hay algo de ese trauma que se lee entre líneas.
Dato de color: dicen las malas lenguas que su novela El guardián entre el centeno inspiró al asesino de John Lennon. Después de apretar el gatillo cuatro veces, Mark David Chapman se sentó en una vereda cerca de Central Park y se puso a releer la novela de Salinger. La policía tuvo que arrancarle el libro de las manos antes de llevarlo preso. Tiempo después, Chapman contó que la semana antes del asesinato, recorrió Nueva York copiando las acciones y gestos del antihéroe escrito por Salinger en esa novela porque se sentía identificado. Miedo.
3. Raymond Carver, Vecinos
Y sí, vamos a seguir en la fila de los escritores norteamericanos que dieron cátedra en el siglo XX. No nos tiembla el pulso al decir que Carver es uno de los mejores cuentistas del último tiempo.
Denuncia la masificación y la sociedad consumista que lo rodea y así, sin maquillaje ni filtros en esas vidas que parecen insignificantes, nos pone a pensar sobre nuestra existencia.
El cuento Vecinos no tiene desperdicio. Retrata el deseo, la frustración, las aspiraciones, la envidia. La incapacidad de ser conscientes de la propia vida y la obsesión por el de al lado. A través de la mirada de los Miller, Carver pinta su visión de la pobreza humana. Un cuento que te deja con la ñata contra el vidrio, que te mete en puntitas de pie en lo ajeno y que, al final, te coloca de un portazo – junto a los protagonistas – de vuelta en tu lugar.
4. William Faulkner, Una rosa para Emily
Puede que la élite literaria se haya puesto de acuerdo para decir que este fue (y sigue siendo) el mejor cuento del siglo XX. Una rosa para Emily es un retrato de la sociedad sureña de Estados Unidos en la posguerra y todas sus dicotomías.
El cuento está cargado de símbolos que expresan la identidad de un país en una determinada época y gira alrededor de los estados de ánimo de ese período. Retrata el blues y la melancolía que se escuchaba de fondo en el sur; un pueblo queriendo ser partícipe de la historia de su país.
Uno de sus maestros, Sherwood Anderson (otro escritor groso de Estados Unidos), le tiró este ultimátum cuando se estaba formando: “Para ser escritor, uno primero tiene que ser lo que es”. Y eso fue lo que hizo Faulkner: escribió sobre lo que conocía, usó todo lo que absorbió desde chico a su favor. Vivió en carne propia la división desgarradora de la guerra y explotó esa profundidad emocional en sus relatos.
Si tenemos que describirlo en una sola palabra, sin dudarlo es innovación. Faulkner instaló recursos literarios que tiempo después le sirvieron de inspiración a cracks como Juan Rulfo y García Márquez, por decirte un par.
Creó el condado de Yoknapatawpha, un territorio literario imaginario donde transcurren muchas de sus historias. Narró desde la polifonía, dejando que la voz del pueblo sea la que lleve adelante el relato, y rompió el tiempo cronológico de la historia, jugando con lo anacrónico, invitando a los lectores a que vayan completando un rompecabezas a medida que avanzan con el cuento.
5. Jorge Luis Borges, Las ruinas circulares
No podíamos hacer una lista de autores grosos y no nombrar al número uno, el gran Borges.
Elegir uno solo de sus cuentos no es tarea fácil, pero nos la jugamos por Las ruinas circulares. Creemos que puede ser una linda puerta de entrada para meternos en su universo.
Es un cuento de un hombre sin nombre, un forastero, que intenta crear a otro hombre a través del sueño. En ese proceso, Borges nos habla del infinito, de lo onírico, de lo cíclico, de la creación literaria y tantos otros temas más que abundan en sus obras. Es una narración circular que casi que te obliga a volver a leerlo una vez que llegás al final.
Borges tiene un cierto efecto hipnótico sobre los que lo leen y se sumergen en ese laberinto que diagrama en su literatura.
No queremos spoilearte nada, pero prestale especial atención al epígrafe; no está puesto ahí de casualidad. “And if he left off dreaming about you”, cita en cursiva el buen JLB antes de empezar a narrar. Una frase chiquita de Lewis Carroll nos anticipa el relato y da pie a la trama. ¿Qué pasa si alguien deja de soñar con nosotros?
6. Edgar Allan Poe, La carta robada
¿A quién no le gusta un buen policial? Edgar Allan Poe le dio vida al detective Dupin y en este cuento, La carta robada, podemos verlo en acción. Situado en un otoño parisino, respirás esa atmósfera ansioso por resolver el misterio que plantea Poe.
Está relatado de tal manera que de a ratos te olvidás que es un narrador anónimo y creés que estás ahí codo a codo con Dupin, diciendo alguna que otra frase interesante en francés.
Esta historia es la tercera protagonizada por el detective Dupin. Las primeras de la trilogía son Los crímenes de la Rue Morgue y El misterio de Marie Roget. Si te divierte la intriga, es por acá. Recomendadísimos.
Este personaje, C. Auguste Dupin, sentó las bases para lo que después se consolidó con firmeza como el género policial y es el predecesor de muchos detectives ficticios que surgieron después.
¿Sherolock Holmes y Hércules Poirot te suenan? Bueno, decile gracias a Poe por inspirar a Arthur Conan Doyle y Agatha Christie.
7. James Joyce, Las hermanas
Las hermanas es el cuento que abre Dublineses, uno de los grandes libros de James Joyce.
El escritor retrata la parálisis que observa en la sociedad irlandesa, sobre todo en Dublín y, a través de los distintos cuentos del libro, muestra la ciudad desde la niñez, la adolescencia, la madurez y la vida pública.
Es interesante cómo cuenta a sus personajes como víctimas de esa parálisis impuesta por la sociedad. El cuento Las hermanas nos invita a interpretarlo como si fuésemos el muchacho que narra Joyce: desde los indicios chiquitos que se nos dan. La elección de palabras no es casual. Es otro de los autores que nos presentan una historia que necesita de nuestra participación activa como lectores para completarse.
Joyce fue un maestro en la precisión de las palabras, su orden y su sonoridad. Fue un precursor en relatar zonas de la experiencia humana que hasta ese momento – allá por 1900 – eran consideradas demasiado íntimas o inferiores.
En toda su obra supo adoptar muy bien el punto de vista de sus personajes y no imponer un juicio moral sobre lo que iba sucediendo.
Escribió uno de los libros más icónicos que existen en la biblioteca universal: El Ulises. Es una novela que habría que leerla con – mínimo – 15 libros abiertos al lado de la cantidad de intertextualidades que tiene. Es un gran fluir de la conciencia con oraciones incompletas, aleatorias y complejas, es un dibujo sin desenredar de la mente del protagonista y cómo conversa consigo mismo durante el día. Creo que necesitaríamos tres cuarentenas más para poder abordar aunque sea la punta del iceberg de semejante libro (y todo lo que trajo después, ni hablar).
8. Juan Rulfo, No oyes ladrar a los perros
Juan Rulfo se terminó de ganar el nombre cuando escribió la locura de Pedro Páramo – lectura obligatoria para algún momento de la vida -. Pero no queremos dejar de lado su faceta como cuentista.
El llano en llamas reúne varios de sus cuentos y, entre ellos, nuestro elegido: No oyes ladrar a los perros. Es un relato sencillo y, a la vez, impactante. Con pocos personajes y poca acción, el mexicano es capaz de simbolizar la naturaleza de la relación padre-hijo de manera muy cruda. Habla de la responsabilidad, la desesperanza, la alienación.
La pluma de Rulfo apela mucho a los sentidos y en este cuento se nota por excelencia.
Te predispone a estar ahí, al lado de los personajes. No oyes ladrar a los perros es un buen punto de entrada a la obra de Rulfo porque toca varias temáticas que lo acompañan en el resto de su prosa: las relaciones familiares, la visión subjetiva del espacio, la fragmentación del cuerpo, la dificultad de comunicarse a través del lenguaje y el ordenamiento del tiempo cronológico. Por ejemplo, en este cuento, marca el paso del tiempo por la posición de la luna en el cielo. Bellísima imagen.
9. John Cheever, El nadador
Si tenés ganas de leer un lindo delirio de Cheever, El nadador te va a entretener por un buen rato.
Es un cuento que se volvió icónico por retratar al antihéroe en pleno auge del“American Dream” y por romper con el tiempo cronológico del relato. Cheever nos muestra el viaje de toda una vida en un día.
La premisa es la siguiente: Ned Merril, el protagonista, decide emprender un viaje por todas las piletas del condado hasta llegar a su casa. En ese trayecto, Cheever va enturbiando la escena, mostrando cómo empieza a surgir la decadencia, dando indicios de la soledad y el vacío atrás del sueño idílico del norteamericano promedio de la época.
Es un cuento lleno de detalles que lo hacen una obra maestra. Es una versión menos romántica de La Odisea, con un antihéroe como protagonista que flota entre las aguas de lo real y lo ficticio. Hay indicios que Ned ignora durante todo el relato y, al final, la realidad termina haciéndose notar de un portazo.
Hay un intento – en vano – del protagonista de aferrarse a la juventud y al status quo y, en esa ilusión vacía, Cheever nos pinta toda la sociedad estadounidense de la época.
10. Adolfo Bioy Casares, En memoria de Paulina
Y, para terminar, volvemos a nuestros pagos. El elegido que corona esta selección es Bioy Casares y un cuento que a simple vista parece ser de amor, pero que cuenta la historia de una rivalidad, de celos, de un triángulo amoroso, de desilusión.
Lleno de símbolos, intertextualidades y un realismo detallista que hace que veas la película en HD, En memoria de Paulina es un must para alguna tarde de cuarentena.
Bioy, como Joyce, era un maestro en la precisión del lenguaje: cada palabra tiene una razón de ser y ocupa un lugar perfecto en el todo de su obra. Juega con la apariencia y la realidad, lo que nos convoca una vez más a ser lectores activos, comprometidos y, sobretodo, atentos.
Si te quedaste con ganas de leer algo más de este argentino capo, te recomendamos La invención de Morel. Es una novela epistemológica que muestra cómo se mezcla lo real y lo fantástico en el mundo. Si nos faltó un poquito para convencerte, te dejamos lo que dijo Borges en el prólogo: “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”. Trancu.
Coincidimos con nuestro amigo Jorge Luis: posta que la pluma de Bioy es perfecta.
Fotos: Unsplash
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