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Mariano Mele: una cosmovisión fotografiada en blanco y negro

  • Foto del escritor: María Delfina Carmona
    María Delfina Carmona
  • 21 abr 2020
  • 8 Min. de lectura

A los 30 descubrió la fotografía. Hoy, siete años después, enseña su pasión en la escuela Motivarte. No cree en el amor pero da cursos de Fotografía de bodas. Le indigna el mercado y dicta clases de books comerciales. Hace producciones carísimas pero es el mismo que creó el proyecto Fotografía a la Gorra y cambió el concepto de precio por valor, porque está convencido de que el arte es para todos. 


Hay coherencia en sus contradicciones. Mariano Mele es un hombre que busca sobrevivir en un mundo que le parece “de mierda”. Le hubiese gustado, como dice el filósofo Thoreau, vivir en los bosques. 

***

Caminaba sin apuro y sin rumbo fijo hacía más de una hora. En sus auriculares sonaba “A veces vuelvo” de Catupecu Machu, una banda que no suele aparecer en su aleatorio. Ese día de otoño salió de su casa con la boina cuadrillé que tanto le gustaba, una bufanda abrigada y su cámara Fuji X300 colgada en el pecho, chiquita, discreta, rasgos que, a simple vista, la camuflan de vintage. Tenía pensado encarar para Boedo pero improvisó cada calle y terminó en el Barrio Chino.

Mariano Mele pasó frente a uno de los tantos locales y se encontró con un pibito oriental que, con la ñata contra el vidrio, miraba a este hombre lleno de tatuajes, ojos negros y curiosos. Justo abajo del cartel que exclamaba “ABIERTO”, el chinito, cuasi congelado, le sostuvo la mirada. Mariano sacó su cámara y disparó. Una sola toma fue suficiente. 

Al conectar la cámara a su celular vía Bluetooth, se encontraría con la imagen del chinito y sabría que era una foto especial. Una foto que, no mucho tiempo después, revelaría en un metro por cincuenta para colgar en su living. Una foto que le regala en formato miniatura a sus alumnos junto con un diploma al terminar sus cursos. Una de sus preferidas.

*** 

—¡Agustín! —llamó. No contestó nadie. Suspiró y entró a su departamento. Su hijo de 16 años vive con él algunos días de la semana, cuando le pinta. Es un piso en Caballito pequeño, pero suficiente para dos personas. Cocina larga y chica, un baño, dos cuartos y una sala con la pared pintada de un negro absoluto. Lo decoró a su gusto: una bandera que reclama la separación de la Iglesia y el Estado, imanes de Elvis y Marlon Brando, cámaras viejas que siguen en perfecto estado, su colección de libros y tres muñecas rotas y sucias que encontró tiradas en la calle y algún día usará para una foto que todavía no pensó. 

Colgada de la pared negra hay una diana de dardos. Tomó uno y cerró un ojo como cuando saca fotos. ¿Para qué estaba en esta vida? Tiró. 

***

En pleno Palermo, en Malabia al 1141, una puerta de madera pasa bastante desapercibida y esconde un lugar que fomenta la creatividad y el encuentro. Al entrar a Motivarte, en un mueble chiquito a la izquierda, hay mates, termos y yerba que los alumnos pueden agarrar para las clases. Paredes blancas con dibujos de colores y plantas colgantes sirven de escenario casual para muchas fotos de quienes estudian ahí. 

Mariano Mele hizo su primer curso a los 30 en esta escuela y desde entonces, nunca se alejó. Jonas Papier, el director, vio que este hombre tatuado cuerpo entero tenía cierto magnetismo y transmitía la pasión que caracteriza a la escuela, por eso, dice que le ofreció un puesto de ayudante. 

Papier no se equivocó y, al poco tiempo, Mariano empezó a trabajar de profesor. Dicta los cursos de Fotografía de bodas y eventos sociales, de books, corporativa y el Básico Integral. 

*** 

Corregía la tarea de uno de sus alumnos por Facebook cuando le llegó una notificación.

—Sos el cáncer de la profesión—le comentó un desconocido en un posteo suyo de Fotografía a la Gorra. Estaba acostumbrado a lidiar con esa clase de bombardeos anónimos y los contestaba con altura.  

—Y si fuese cierto que rompe el mercado, ¿por qué debería cuidarlo si es el mismo mercado el que genera desigualdad? —retrucó.

La página nació a fines de 2013 cuando un tipo le mandó un mensaje donde decía que le gustaban sus fotos pero no tenía plata. Se juntó con él y decidió crear la cuenta, donde lucha para que la fotografía pueda ser para todos y supere el status comercial. “Es un arte y como tal debe ser transformador, abierto y no cerrado a un círculo elitista”, dice  Mariano.

Es muy simple. Alguien le escribe, arreglan una fecha, hacen las fotos y luego él se da vuelta y el cliente le deja lo que cree que valió el trabajo, porque “no hay precio, hay valor”.

***

Octubre del 2000. Tiró la mochila, con la cabeza gacha, y se acostó con los ojos cerrados en el sillón que lo vio crecer. 

—¿Cómo te fue?— preguntó su madre, desde el marco de la puerta. 

—Bien, vieja— miró el techo unos minutos—. Voy a dejar la facultad. 

Y llegó el escándalo. Que cómo, que por qué, que tenía que seguir con Medicina, ¡tenía que tener un título! Que no rompa los huevos, que lo deje en paz, que ya había terminado el secundario. Que había ido a una escuela privada, ¡y cuando llegara su padre, que qué diría! Que no le importa, que quería dejar. 

—O estudiás o trabajás— le dijo su viejo, serio, antes de irse a comer al cuarto con la bandeja, mientras su mujer cenaba en el living, como todos los días desde hacía varios años. Están separados pero siguen viviendo juntos.

—Hay cosas que funcionan más por prácticas que por emociones —justifica el hijo único.

Seis meses más tarde, rompió con los esquemas impuestos y comenzó a estudiar para ser actor en la Universidad Nacional de las Artes. 

Este marzo, diecisiete años más tarde, empezó a cursar Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Su papá no la considera una carrera “de verdad”; pero hay algo que coincide en el Mariano veintiañero y sin barba que largó Medicina y el Mariano hoy enamorado de estudiar: no le importa la opinión de su papá. No le importa el qué dirán en general.

***

Se hizo el primer tatuaje a los 13. Hoy no se ve. Germán, el tatuador que vive a cinco cuadras de su casa, se lo tapó con tinta negra hace unos años porque Mariano ya no quería esa calavera que estaba en su brazo por rebeldía. En vez de tenerla tatuada, tiene tres anillos con esa representación de la muerte. Perdió la cuenta de sus tatuajes porque “a quién le importa”; algunos ni los registra. Entre ellos se destaca un búho que ocupa la mitad de su cuello, “a q u í” y “a h o r a” en los dedos de sus manos, un casette de Los Ramones en la nuca, una brújula en su mano derecha y una frase en el pecho de su filósofo favorito, Henry Thoreau, que dice “Looks like freedom, but it feels like death”.

Y, ¿qué te vas a hacer esta vez? le preguntó Germán en su última visita, dos meses atrás. 

Silencio. No lo había pensado. 

Hoy vamos con un dibujo. Lo que quieras.

 ***

Dieciocho cámaras negras y grandotas apuntaban a una chica vestida de novia y un pibe de traje, los dos abrazados en una calle de tierra con una construcción colonial de fondo. Iban cambiando la pose cada una cantidad de disparos razonables. Parecían profesionales. De hecho, lo eran. Ambos eran modelos convocados por Mariano para la práctica del book pre-boda en Uribelarrea, un pueblito al oeste de la Capital Federal que parece quedado en el tiempo. 

El “profe” los acomodaba, casi de rutina, para componer lo que tenía en la cabeza.

—Cierren los ojos— le dijo a los modelos y sacó la foto. Después se corrió para que sus alumnos probaran distintas cosas—. Busquen su visión del amor, qué quieren contar. Yo les pido que cierren los ojos porque, para mí, el amor es ciego. El que te mira a los ojos te miente. 

***

—Estoy embarazada.

Luciana, su novia de aquellas épocas en las que todavía creía en el amor, le daba esa noticia 16 inviernos atrás. Con 21 años, el pibe que ya había dejado el CBC de Medicina y estaba comenzando su paso por el Conservatorio formándose como actor, pasaba a ser también papá.

Se sirvió vino y cerró su edición de La vida en los bosques de Thoreau, lleno de prolijos post its verde flúo. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que lo había leído, pero le seguía generando el mismo vértigo. Cada vez que lo lee, se traslada a ese día y a esas dos palabras: estoy embarazada. Y cada vez que lo lee, sigue reafirmando que elige la soledad y la independencia. Sin un hijo, todo hubiese sido distinto. 

Con lo que lo quiere a Agustín, si le preguntan si volvería a ser padre, sabe que la respuesta es un sólido no. Hubiese elegido viajar, irse, desprenderse. 

—Cuando hablás de pareja, podés permitirte el lujo de ser solitario, te separás y listo. Con un hijo es distinta la cosa— le dijo alguna vez a Lucho, un pibe que labura en Motivarte con el que comparten cigarrillos y vueltas a pata hasta sus casas en Caballito. 

La única forma de escaparse que puede permitirse hoy es caminando: hace más de tres años vendió su auto para sentirse libre, frenar cuando se le dé la gana, sacar unas fotos y preguntarse, una vez más, qué hacemos acá.

***

—A ver, parate ahí —le dijo a Sole, una amiga, hace unos meses. Ella se paró de la cama desnuda y despeinada contra la pared negra, con los ojos cerrados, como le pidió él. Hizo un solo clic, la editó en blanco y negro, como suele hacer, y la publicó en su cuenta de Instagram. Volvieron a la cama.

— ¿Vergüenza? ¿Vergüenza de qué? —respondía cuando le preguntaban por el pudor de las fotos que subía, tanto de él como de distintas mujeres—. Muestro a las personas como somos. Vergüenza es otra cosa.

***

Ya eran las 3 de la tarde y desde la mañana Mariano venía observando el mismo patrón en Uribelarrea: su clase no le daba direcciones a los modelos. Por un rato se quedó mirando fijo a Valeria, una de sus alumnas, sin decir nada hasta que, incómoda, le preguntó qué le pasaba. 

Imaginate que te esté haciendo lo mismo pero apuntándote con un cañón Nikon a 10 centímetros de tu cara. ¡Háblenles, loco! Estos son modelos, saben cómo posar, no se intimidan. Cuando los contrate una pareja que nunca estuvo en esta situación y hagan una sonrisa rarísima porque están nerviosos, no les van a servir de nada todas las teorías para una foto bonita.

Y, ¿cómo hacemos ahí? preguntó una de sus alumnas. 

Mariano contestó con un ruido que, según Valeria, podía parecer una oveja volviéndose loca. Les mostró su risa contagiosa, tan contagiosa que ni los actores pudieron controlar la suya.

Prueben la de ustedes, quiero escucharlos incentivó el profesor. Háganme reír.

***

—Invito yo, quédense tranquilos —y pagó las birras que tomó con Oli y Lucas en vísperas de su casamiento. Mariano les había dicho de encontrarse en un bar que le quedaba cerca de la facultad y fueron cuando terminó su clase de Sociedad y Estado de la cátedra de Mesynger y Melo. Siempre hacía lo mismo en la previa a un trabajo: conocer a la pareja. Mariano no labura con gente que no conoce. Ellos lo eligieron porque se lo recomendaron unos amigos y les gustó su estilo de fotos, su “onda profunda”, como describirían después. Meses más tarde, en el día de la fecha, les pidió que cerraran los ojos al mirarse, y cuando preguntaron, dijo que era por una cuestión de estética.

***

Un miércoles de abril de este año se llenó la clase, chequeó el reloj, aplaudió en seco una vez y todos los alumnos se sobresaltaron. Mariano rió. Comenzaba un nuevo curso bimestral de bodas. Le encantaba ver las caras intrigadas y ansiosas de sus nuevos alumnos que no sabían qué esperar. La mayoría estaban callados. Nerviosos, tal vez... 

Los miró fijo, en silencio. Su mirada se posó unos segundos en cada uno.

—¿Por qué están acá? —nadie contestó—. Es un curso de vida, no un curso de fotografía, así que empiecen a hacerse preguntas.

Se rieron. Pensaban que era un chiste.


Por Francisco Ferreccio y María Delfina Carmona para la cátedra de Géneros y Estilos Creativos de la Universidad Austral. 2019.


Foto: Gentileza de Mariano Mele





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