Cuando el peligro es grande y los pequeños somos nosotros, ¿qué somos?
- María Delfina Carmona
- 24 jun 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 5 feb 2020
Una prótesis, según la medicina, es una extensión artificial que reemplaza o provee una parte del cuerpo que falta por diversas razones. Para Victoria Schcolnik, esa extensión no se limita a lo artificial: existen las prótesis humanas. En su primera novela, Cuando el peligro es pequeño somos felices, relata las dependencias, las carencias y las fragilidades de un vínculo amoroso que se rompe de un portazo.
Schcolnik muestra la dicotomía de una pareja, Anna y Lobo, al remontarse al pasado para entender su manera de relacionarse en el instante de ese presente. La historia está empapada de recuerdos, sueños, traumas y vínculos de la infancia de los protagonistas que los condicionan y persiguen presentados a través de raccontos.
En paralelo, la novela ofrece una ventana abierta hacia el interior de los protagonistas. Los capítulos son breves y se turnan entre las perspectivas de Anna y Lobo. Cada uno de estos fragmentos puede ser leído como un ensayo que funciona de manera autónoma. No cuentan lo mismo desde distintos puntos de vista, si no que el lector puede acompañar a cada personaje en su fluir de pensamientos y acciones, en su propia manera de lidiar con el dolor y pasado. Anna se recuerda como una niña libre y fuerte y se extraña, sin poder encontrar una forma para escapar de la sobreeducación y rigidez que le inculcó su madre que no sea lastimándose. “La madre repetía que el verdadero horror era la desesperación”, y es por esto que Anna aprendió a esconderla. Sus mecanismos de represión contrastan con la figura de Lobo, más instintivo e impulsivo y a la vez más dependiente a pesar de, en el fondo, odiar necesitarla. La historia empieza y ya se percibe el contraste: ella, estática en un banco de la vereda; él, dando vueltas por la casa, tambaleante por los efectos del alcohol. El narrador en tercera persona acompaña simultáneamente a los personajes y, a través de una introspección omnisciente y el recurso de la analépsis, se cuentan los hitos que moldearon su identidad.
La autora porteña publicó dos libros de poesía, El refugio (2008) y Una tierra (2011). Es licenciada en Comunicación y es directora de Espacio Enjambre, un centro de investigación sobre escritura. Comenzó a escribir esta historia en 2011 bajo el nombre El peso del cielo y ocho años después, entre pausas demandadas por otros proyectos y mucha revisión, la publicó con la editorial Mar Dulce.
La trayectoria poética de la autora se cuela entre las líneas de esta narración a través de la precisión en el lenguaje y la sonoridad de las palabras en su conjunto. El relato avanza anclándose a los sentidos del tacto, gusto y oído que se evocan tanto en el presente como en los recuerdos. Desde la concisión, Schcolnik logra relatar en un punto a medio camino entre la prosa y su poesía. “Como si el mecanismo del habla retrocediera, las palabras que le dijo a Anna se le juntan en la boca obligándolo a tragar”, dice el texto ofreciéndole al lector sensaciones tangibles. Cada oración tiene la fuerza de un verso que puede ser aislado y leído como una obra en sí: “La calma la imagen del agua y de las tardes de leche y vainillas saladas por el mar que nunca se va”.
El pacto de lectura que propone esta novela psicológica implica que el lector se rinda ante la idea de que el narrador deba contar el futuro, si no que se lo invita a entender el presente como una sumatoria de hechos, vínculos y miedos absorbidos en el pasado. La obra se sincera con el lector mostrando la frágil interioridad de los protagonistas y con ella, su dificultad para vincularse. Exige, en cierto modo, ser leída desde esa vulnerabilidad para entender que antes de ser pareja, los protagonistas son persona, persona con un bagaje que les pesa.
Milan Kundera, en la novela La insoportable levedad del ser (1984), recorre la dicotomía entre la liviandad y la carga y afirma en una de sus páginas que “el peso, la necesidad y el valor son tres conceptos internamente unidos”. El peso del cielo, el nombre original con el que fue concebida esta historia, habla directamente de algo que excede, que abarca, que trasciende y que tiene un impacto directo en quien debe cargarlo. Lo instintivo que Anna reprime y la dependencia que niega Lobo son los factores que, de a poco, los hunden.
Una franela naranja, un arma. Algo que tapa, algo que mata. Algo que Anna, por mandato familiar, está obligada a esconder y algo que Lobo, en su desesperación por desprenderse de todo lo que le recuerda quién es, encuentra. Schcolnik no solo retoma el pasado de estos personajes, si no que también los hace avanzar en el correr del día que comenzó con un vaso roto, vidrios en el piso y una puerta que se cerró de un latigazo.
Schcolnik no incluyó en la obra referencias concretas de lugares ni marcas de época. No necesita más que una casa, un banco en la vereda, una higuera en el jardín, un cementerio y un río. Desde la universalidad espacial encuentra el camino hacia la particularidad del mundo interior de Lobo y Anna en la que también hay algo de universalidad humana.
Cuando el peligro es pequeño somos felices es una visión transparente de la problemática de amar la vulnerabilidad de un otro desde la propia vulnerabilidad. El desgaste de la pareja hace que el lector pueda preguntarse si los protagonistas no serán lo que quedó de esos seres que en algún momento fueron personas y ahora no son más que espíritus que van y vuelven para, eventualmente, encontrarse con las personas que perdieron en el camino.
Ficha técnica:
Autor: Victoria Schcolnik
Género: Novela psicológica
Título de la obra: Cuando el peligro es pequeño somos felices
Editorial: Mar Dulce, primera edición
Año y lugar de publicación: 2019, Buenos Aires
Número de páginas: 108
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